lunes, 3 de diciembre de 2018

ENTREVISTA A PETRA EN CANDIL

...por Vicente Ramos

Encontramos en una revista CANDIL del año 63, nuestro año de sexto, una entrevista a Petra realizada por Francisco Javier Viqueira, quien aquel año, si estoy en lo cierto, era alumno de Preu.
Os la adjunto a continuación para ampliar la semblanza que de ella hizo Manolo Rincón.


viernes, 21 de septiembre de 2018

CAYETANO ÁLVAREZ BERMÚDEZ

...por Francisco Félix Gonzalez García


SEMBLANZA DE TANO ROMPETECHOS


Es difícil que este nombre, Tano, os invoque algún recuerdo de aquellos años que pasamos en el Ramiro, tal vez sí el “apellido”, pero era uno de los profesores que nos acompañaron en esos avatares, que ahora vivo como felices, seguramente porque a pesar de los medios limitados, de los ahorros o austeridad que eran obligados para una familia de cinco hijos, padre funcionario y madre ama de casa, profesión ésta que a la sazón era mucho más atareada, por la carencia de herramientas eléctricas, y electrónicas, dominado como estaba todo por la mecánica, que Ellas (sí, con mayúsculas) desarrollaban, realizando su misión (eso sí que era misión y no la que nos presentan los diseñadores de los planes estratégicos de las empresas) de madres, esposas, renunciando a otros desarrollos personales, de expertas en todo, hasta en microeconomía, con una capacidad polivalente que cuando la cuentas hoy a los “milenians”, piensan que lo que les relatas es la expresión fantasiosa que da salida a una frustrada aspiración personal literaria, vamos, un cuento chino (y nunca mejor dicho).
Pues bien, aunque no os diga nada, este Tano fue profesor de varios de nosotros, y mío, claro, no me acuerdo si en tercero, cuarto o quinto; era licenciado en derecho y daba Formación del Espíritu Nacional. Coetáneo de Giraldo no tenía nada en común con él, aún más en lo que a mí se refiere, ya que una expulsión de su clase, como respuesta a alguna de nuestras chanzas, que nos impuso a otro u otros dos compañeros y a mí, sin que pueda recordar quienes eran él o ellos, me parece que uno podía ser Adrados, Bragado o Moncho Alba, dio lugar a que Don Antonio nos sorprendiera en el campo de futbol, medio escondidos en la zona de las Estatuas o de la Mezquita de Ben Amear, en hora lectiva, y tuviera la deferencia de llamarnos a su despacho, para entregarnos los tan ansiados sobre y carta (¡con la afortunada casualidad que era mi primer trofeo!), que debíamos hacer llegar a nuestros padres. Tano era una persona entonces joven, aunque con unos diez años de más respecto a nos sus pupilos, más bien corto de estatura física, cabeza poderosa, de apariencia nerviosa en sus movimientos, apasionado en el verbo; sorprendentemente, a pesar de la asignatura que impartía, no era nada favorable al Régimen imperante, y tampoco debía ser pusilánime, ya que más de una vez se permitió en clase, ¡en plenos años sesenta!, una crítica política contra quienes gobernaban; más adelante, cuando le volví a encontrar en el devenir de la vida, supe que sus ideas estaba más del lado de los que ocupan los escaños del ala izquierda. Como muchos tenía mote, le pusieron “Rompetechos”.
Le perdí de vista al terminar el bachillerato, y una vez finalizada la carrera de derecho me reencontré con él en los Juzgados Municipales (luego convertidos en Juzgados de Distrito y más tarde desaparecidos), él defendiendo a una aseguradora cuyo nombre evocaba épicas clásicas y me recordaba a la Sra. Criado o a Braña, El Hércules Hispano (compañía española de seguros y reaseguros), yo intentando encontrar los mejores argumentos para que la compañía de los autobuses municipales y sus conductores salieran bien parados de los juicios que se seguían por accidentes con resultado de daños o de lesiones, en un modo de justicia que por su cercanía, rapidez, sencillez y eficacia hoy en ocasiones echamos de menos; compartí con él durante varios años defensas y acusaciones en dichos juicios de faltas, conviviendo las esperas en la antesala de los Juzgados, cuando estos señalaban treinta juicios en una mañana, con lo que no sólo impartían justicia, sino que propiciaban por un lado el nacimiento de amistades, y fortalecían el compañerismo entre los abogados, en general jóvenes, que bregábamos en aquel terreno de juego.
Luego, el cambio de responsabilidades en la EMT hizo que los desplazamientos a los Juzgados y Tribunales se espaciaran mucho en el tiempo, y volví a perder el contacto con el protagonista de esta historia.
Desde hace no mucho voy con cierta frecuencia a la zona de Guisando y por ello visito a veces la cabecera de partido de la zona, Arenas de San Pedro; con motivo de una visita profesional al Notario de Madrid Eusebio Lasso, compañero del Ramiro, aunque mucho más joven que nosotros, y como tantos seguidor fiel de Estudiantes, no sé por qué salió en la conversación Arenas de San Pedro, y al comentarme Eusebio que era un lugar que conocía bien, me acordé de Cayetano, que siempre presumía de ese pueblo; le pregunté por él, resultando que no le conocía ni le sonaba, pero esta circunstancia reavivó en mí el recuerdo de Álvarez, y me juramenté para, en uno de los siguientes desplazamientos a la zona, investigar sobre la vida y paradero de Cayetano.
Cuando voy a Arenas siempre hago transcurrir el trayecto por la carretera CL-501, por tierras del Tietar y del Alberche, pasando por pueblos como Sotillo de la Adrada, donde rememoro a Gómez Lobo y a Saugar Saugar, que si no recuerdo mal eran naturales de allí; el primero como extremo y el segundo como recio defensa completaban, recordáis, junto a Salcedo, Del Cura, Peiró, Echagüe Zorí y algún otro, como pilares, el equipo de fútbol; también ellos me enlazaban con Tano, que sin duda fue su profesor.
Ya  tenía metido entre ceja y ceja el localizarle en alguno de las visitas a estas sierras de Ávila este verano, pero la casualidad aceleró el resultado, ya que hace unos días, habiéndome detenido con mi pareja en las tan repetidas Arenas, y paseando por la calle principal en Dirección al Castillo que llaman de la Triste Condesa, donde tantas intrigas vivió Don Álvaro de Luna, ella encontró un antiguo conocido, un anciano que había sido funcionario en los Juzgados de esa Villa, al que saludó, y oyendo la relación con la justicia del saludado, se me ocurrió que podría saber de la vida de Cayetano, y a mi pregunta, contestó que naturalmente que le conocía, “Cayetano, Tano, el abogado, el hijo del Notario”, y seguidamente, haciendo ese breve paréntesis que seguramente sólo hacen los que ven más cerca el día de la jubilación definitiva de la vida, me dijo que había fallecido hace dos meses.
Tano se ha ido, me he visto privado del placer de estrechar su mano una vez más y de darle un abrazo, pero realmente, como tantos, está entre nosotros, entre esta comunidad vinculada por una cosa aparentemente tan pequeña y tan lejana como el colegio de la infancia y adolescencia, el Ramiro de Maeztu, que algo tuvo que tener para que esto exista y  sea más, mucho más, que una simple nostalgia; por eso me he atrevido a hacer esta semblanza de Cayetano Álvarez Bermúdez, para contribuir modestamente a que su presencia se materialice entre nosotros.

Francisco Félix González García
A: Francis; A (blog): Chino Pelayo
Septiembre de 2018

martes, 4 de marzo de 2014

Semblanza de D. Eduardo Granda Granda SJ, Director espiritual del Ramiro de Maeztu de 1.950 a 1.984, por Manuel Rincón y José Enrique García Pascua


Mis primeros recuerdos de D. Eduardo Granda, son de un sacerdote medio pelirrojo, más bien grueso, con sotana y una banda morada, que chillaba mucho. Se le conocía con el apodo de “El Cura”.

Le vi por primera vez en la Iglesia del Espíritu Santo, en la preparación de la Primera Comunión en el año 53. Fue siempre una persona muy polémica y para unos un santo y para otros un demonio.

Me impresionaron sus gritos. Su mensaje teológico no estaba preparado para entenderlo entonces. Procuré no hacer nada que excitase su potencia acústica, y siempre le vi con un cierto miedo, una especie de nuevo Júpiter Tonante. 

Después de la comunión, donde de nuevo sus gritos resonaron en la bóveda del Espíritu Santo,  ya no le vi más hasta empezar el bachillerato. En primero tenía una hora a la semana, donde nos preparaba para ser cruzados. A mi aquello solo me trajo una medallita y un carnet, pues no fui objeto de sus gritos en ninguna ocasión. Supe que era asturiano. En las misas del Espíritu Santo dirigía los rosarios y al final de curso era el que presidía la procesión mariana que culminaba en la imagen de la Virgen al fondo del recinto.
Se ocupaba de una capilla que había en la segunda entreplanta y tenía un pequeño cuarto a modo de despacho.

Hasta quinto no tuve más contacto con él. En quinto hice unos ejercicios espirituales y pasó a ser mi director espiritual, por lo que frecuente más las conversaciones con él.

Visto en la distancia creo que era un sacerdote convencido, pero sus métodos aún entonces, se acercaban más al Concilio de Trento que al Vaticano Segundo.

Seguí viéndole en sexto y preu. Ya sabía que había fundado una Congregación Mariana, que había un grupo de universitarios y otro de profesionales y que teníamos a nuestra disposición un círculo universitario en Diego de León.

Yo guardo un recuerdo respetuoso de él. Era una persona convencida de sus métodos y de la eficacia de los mismos, y poco dado al diálogo. A mí jamás me gritó, pero a otros como Gómez Lobo, los tuvo fritos.

Luego ya no frecuenté su compañía. No le vi más. Supe que había muerto a los 75 años, y que dejaba tras si un grupo de más de dos mil personas funcionando, lo cual ya merece un respeto y un análisis.

Este año se que se cumple el centenario de su nacimiento. Creo que es de ley hacer un pequeño recuerdo de él en estas páginas, pues también influyó en muchos de nosotros.

Descanse en paz. 17.04.12 Manolo Rincón.




La filosofía moral del Padre Granda, por José Enrique García Pascua.

El renacimiento de la promoción 64 me ha deparado la gozosa posibilidad de reencontrarme con viejos amigos de los que hacía tanto tiempo que no tenía apenas noticias. El otro día Pepe Blanco y yo pudimos darnos un abrazo en Madrid, y, para celebrar esta ocasión, Pepe me regaló el libro que los Grupos Loyola han editado con el fin de conmemorar el centenario del nacimiento del P. Granda. Su lectura me ha permitido actualizar el recuerdo que guardo de este hombre singular y me ha despertado las ganas de escribir sobre aquello que de él aprendí y que todavía influye en mi pensamiento, a pesar de la cantidad de años que hace que abandoné su grupo, después de enviarle una carta de agradecimiento por sus enseñanzas, y a pesar de la deriva espiritual que, desde entonces, me ha llevado por otros caminos y otras inquietudes.

Aún conservo la tarjeta de la Peticiones que Eduardo Granda, el Cura, nos daba a todos y que él consideraba su testamento. Dichas peticiones consistían en pedir a Dios ayuda para que el orante lograse incorporar a su propia existencia una serie de virtudes, en primer lugar, las teologales, fe, esperanza y caridad, y, luego, aquéllas que conforman una manera de ser que rememora el ideal del sabio que proponían los clásicos, el ideal del sabio que sabe dominar sus pasiones y ordenar su vida: la pobreza de espíritu, la humildad, con especial énfasis en la idea de que somos limitados, de que no podemos siempre lograr lo que nos proponemos. “La libertad viene de comprender los límites de tu propio poder y los límites naturales establecidos por la divina providencia”, decía Epicteto, aunque Granda lo atribuía a la indiferencia ignaciana. A continuación, figura una curiosa petición, que caiga en mi sitio, que, de nuevo, nos lleva a Epicteto: “Aunque no podemos controlar el papel que se nos asigna, nuestro afán debe ser interpretar el papel asignado tan bien como sea posible y abstenernos de quejarnos del mismo”. 

Para terminar, nos encontramos con el ruego de que sea capaz de obrar con competencia y honradez profesional, ruego que también tiene resonancias estoicas: “El mérito personal no puede alcanzarse mediante la relación con personas de gran excelencia. Te ha sido encomendada una labor que debes llevar a cabo. Ponte manos a la obra, hazlo lo mejor que puedas y prescinde de quien pueda estar vigilándote” (Epicteto).

En definitiva, el P. Granda nos instaba a obrar siguiendo esas exigencias éticas que los antiguos consideraban que permitían alcanzar la serenidad del alma, por encima de las zozobras cotidianas. En la sociedad que nos ha tocado vivir, la indiferencia ante la salud o la enfermedad, la pobreza o riqueza no es, desde luego, frecuente, sin embargo, ya desde sus primeras charlas en el “Ramiro”, Granda nos encaminaba hacia un vía de perfección personal, un camino que se hace al andar cuando uno prescinde de la ambición y del deseo de placer desmedido en aras de una vida de sencillez y desprendimiento.

Una de las referencias preferidas del P. Granda era la siguiente: “Buscad, pues, primero el reino y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura. No os inquietéis, pues, por el mañana; porque el día de mañana ya tendrá sus propias inquietudes; bástale a cada día su afán” (Mt. 6, 33-34). He aquí el ejemplo de cómo encontraba Granda en las Escrituras inspiración para recomendar que se acepte la propia limitación y el inevitable orden cósmico (que se traduce al castellano por “la divina providencia” en la cita de Epicteto recogida más arriba).

El mérito del P. Granda no proviene simplemente de sus enseñanzas, sino que –como acontece con todo auténtico maestro de moral que en el mundo ha sido-– su meritorio trabajo consistió sobre todo en convencernos de que, en efecto, aquél era un camino de perfección y, de este modo, conseguir que asumiéramos tales prescripciones, las incorporáramos a la vida de cada uno y obráramos en consecuencia. Ahora bien, lo que a mi parecer constituye la principal enseñanza del Cura no se recoge en las Peticiones propiamente dichas, sino en el imperativo categórico que las encabeza:

BUSCAR, AMAR, SEGUIR LA VERDAD.

Un imperativo categórico –de acuerdo con la reflexión de Manuel Kant– te ordena obrar correctamente sin buscar con ello ni la felicidad ni el bien supremo, sino únicamente lo que es tu deber. Según Kant, el imperativo categórico reza: “Obra de tal modo que la máxima de tu voluntad pueda valer siempre, al mismo tiempo, como principio de una legislación universal”, es decir, que las máximas con las que guíes tu vida han de emanar de tu voluntad (moral autónoma), pero, para ser lícitas, es necesario que emanen de una buena voluntad (ética del deber): no cabe otorgarte a ti mismo otra máxima que aquella que puedas querer que, al mismo tiempo, sigan los demás.

La primera máxima que deduce Kant de su imperativo categórico es: “no mentiré”, pues, en efecto, no puedo querer otra cosa –“mentiré”–, ya que la falta de verdad elevada a principio de legislación universal haría imposible la convivencia entre los hombres; por lo tanto, quien miente obra con mala voluntad, aunque la mentira le reporte beneficios, y alguna forma de felicidad.

El imperativo categórico, tal como lo presenta Kant, es una fórmula razonable (comprensible para la razón práctica), y, de hecho, viene a equivaler a la inveterada regla de oro: “no quieras para otro lo que no quieres para ti”, pero parece que únicamente habla a la razón, y no a los sentimientos. Acaso por eso, el P. Granda prefirió saltárselo y acudir directamente a la primera máxima de la voluntad, “buscar la verdad”, para convertirla en su imperativo categórico. En realidad, quien es fiel a la verdad no puede obrar con mala voluntad.

Jesucristo transformó la regla de oro en otra que, diciendo lo mismo, añadía el sentimiento al mero mandato racional y proclamó: “Amarás al prójimo como a ti mismo” (Mt. 22, 39). El P. Granda, como buen cristiano, no podía obviar el mandamiento del amor y, consecuentemente, no se limitó a exhortarnos a buscar la verdad, sino que también nos exhortaba a amarla y, desde luego, a ponerla en práctica. De este modo, “buscar, amar y seguir la verdad” se convertía en una ley que interiorizamos, y, así, vivenciamos que no bastaba con ser veraces, sino que el más elevado valor era precisamente el amor a la verdad. Decir la verdad era obligado para quien quisiera actuar conforme a la buena voluntad, pero, a la vez, todo nuestro ser se volcaba en el amor a la verdad y el odio a la mentira.



Si dificultoso resulta llevar una vida sencilla y de desprendimiento en esta nuestra sociedad de consumo, aun más difícil es la veracidad en el seno de una sociedad hipócrita en la que los gobiernos pretenden que bombardear a los pueblos vecinos es la mejor manera de defender los derechos humanos, el triunfo social viene de la mano de trampas y argucias y, finalmente, casi todo el mundo practica el autoengaño, con el objeto de tranquilizar su conciencia o eludir responsabilidades. Espero que tantos discípulos como dejó en esta tierra el trabajo del P. Granda mantengan su fidelidad al maestro y busquen, amen y sigan la verdad. Como decía este hombre: “Seamos honrados usted y yo y habrá dos sinvergüenzas menos en el mundo”, pero, como también decía este hombre: “Cada cual vea”. Yo, por mi parte, he de afirmar que no otra cosa sino el amor a la verdad es lo que me guía en mi perenne búsqueda del Absoluto.

Torrecaballeros, 3 de julio de 2012.



NOTAS DE EMILIO RICO A JOSÉ LUIS TORRALBA (57) EN RELACIÓN CON EL PADRE GRANDA. ABRIL 2.016


Con tu buena memoria te acordarás de José Luís Benítez. Es, o era, de nuestra promoción, aunque creo que del curso B. José L. Benítez ha sido un tío estupendo y un buen amigo mío. Murió hace pocos años.
Pues este hombre escribió un libro titulado “Andanzas de un hombre que anduvo por la tierra” y que es una biografía del Cura. Lo tengo en casa y he estado mirando lo que tú has preguntado.
El Cura nació en el año 1912 en Gijón. Llegó al IRM en 1948 en que le invitaron a dar una tanda de ejercicios a los chicos de 5º. Luego siguió dando unos ejercicios internos a los de 5º, 6º y 7º. Le nombraron director espiritual el 16 de diciembre de 1949. Y luego todo lo demás.

Como no disponía de una capilla se habilitó un cuarto grande que servía de trastero entre el 2º y el 3º piso. A los dos meses estaba ya pensando en que habría que poner una buena imagen de la Virgen. Le encargó el trabajo a José Luís Vicent Llorente, que  a la sazón (nótese la expresión) tenía 24 años.  En 1950 ya estaban los primeros modelos en barro y poco después el definitivo. Para pagar al escultor se hizo una suscripción: 15 pelas para los alumnos del instituto y 5 para los de la Prepa.



Semblanza de D. Jaime Oliver Asín, por Kurt Schleicher

D. Jaime Oliver Asín


Rebuscando un poco en internet, encontré dos breves párrafos que resumen la vida de D. Jaime con calzador y que es lo poco que se puede encontrar sobre él; evidentemente, estos párrafos no son una semblanza, pero sirven de punto de partida y para situar o enmarcar a nuestro personaje y querido profesor: 

“Nació en Zaragoza el 26 de julio de 1905 y falleció en Madrid el 5 de febrero de 1980. Fue catedrático de Lengua y Literatura en el instituto Ramiro de Maeztu, miembro del Instituto de Estudios Madrileños, director de la Escuela de Estudios Árabes (CSIC, 1958), miembro de número de la Real Academia de la Historia (1963) y Cronista de la Villa de Madrid.

Escribió una treintena de libros y estudios de literatura española, etimologías, investigaciones sobre el Madrid medieval y monografías de toponimia y geografía histórica. Su trabajo sobre el pasado de nuestra villa supuso la culminación de la labor desarrollada en las seis primeras décadas del siglo XX por Elías Tormo, Agustín Gómez Iglesias y Fernando Urgorri.”

   ¡Pues todo un personaje!  Pero para nosotros, los que hemos sido sus alumnos en Sexto de Bachillerato y Preuniversitario (en los cursos 1962/63/64), era simplemente nuestro profesor y además nos proporcionó unas cuantas sorpresas por su carácter, un tanto especial, sabiendo conjugar estupendamente el imponernos cierto respeto y ser capaz al mismo tiempo de “descender” y mezclarse con nosotros como uno más.- Recuerdo que en una ocasión y con un buen fin, compartió una batalla de tizas con todos; la sensación de estar haciendo una trastada así estando “D. Jaime” presente y encima participando con tanto brío como nosotros, era muy especial; casi no me lo podía creer.- Creo que ninguno de los otros profesores hubiera sido capaz de aquello sin perder un ápice de respeto, y le admiramos aún más por ello.

   No era solo un profesor; era además catedrático de Lengua y Literatura españolas.

  ¿Y cómo era D. Jaime? Pues en relación a nosotros, que ya nos habíamos desarrollado a los 16 / 17 años, era más bien pequeño (se decía de él con la típica cuchufleta estudiantil que era “Asín” de pequeñito), un poco cargado de hombros, pero de un porte erguido como buen caballero español que era.- Algún día apareció en clase con la típica capa española, que sabía llevar con orgullo.- No olvidaré sus bondadosos ojos, ya surcados por las ojeras que dejaba el tiempo y las largas horas de dedicación a los libros.- No lo sabíamos entonces, pero D Jaime era lo que se dice “un sabio”. 

  Era sobrino de Asín Palacios, que también practicó vocacionalmente la enseñanza. Creo recordar que nos hizo comprar entre todos un diccionario de la Real, que se depositaba en la mesa del profesor y consultábamos habitualmente.

  No le gustaban nada los exámenes, y como listo que era, se limitaba a ponernos un cuestionario simple con 10 preguntas; no era fácil suspender en esas condiciones. Así da gusto…

  También le daba mucha importancia a que se nos quitase el complejo de hablar en público, por lo que al menos una vez durante el curso le tocaba a alguien salir y soltar una exposición a todos los demás sobre un determinado tema que había que preparar.- Daba libertad de elección entre múltiples alternativas, de forma que no era difícil poder elegir un autor y una obra que se acomodase al gusto de cada cual.

  Nos enseñó que la Literatura era algo más que la relación de escritores más o menos famosos y su obra (así suena a rollo), sino que nos hacía destacar el entorno histórico y costumbrista de la época y su influencia tanto en el autor como en su obra.- Así suena mejor, ¿verdad? 

    Lo que sí sabíamos de él entonces es que era un insigne arabista. 

   ¿Por qué? Pues porque aparte de la historia hispano árabe y sus alumnos, D. Jaime tenía otro amor que nos quería traspasar: TOLEDO, como muestra viva de la cultura hispano-árabe.- Luego supimos que la excursión a Toledo era un clásico en D. Jaime, pero en cualquier caso, la que hizo con nosotros resultó inolvidable.- 

   Desafortunadamente, no guardo ninguna foto de aquél evento; a lo mejor alguien del grupo encuentra alguna.- Dado que yo posteriormente repetí en diversas ocasiones tal excursión, quiero compartir las fotos que hice, destacando los lugares que más llamaban la atención a D. Jaime.

   El autobús nos dejó a todos fuera del recinto amurallado, muy cerca de la Puerta de Bisagra.- Lo primero que hizo nuestro profesor fue aclararnos que aquella era la “nueva” puerta de Bisagra, y nos llevó corriendo a la “antigua”, no muy lejos de allí, muralla abajo hacia la derecha.- Delante de ella, se veía que estaba emocionado: nos contó que tenía casi 1000 años y que su nombre deriva de la palabra árabe "Bab-Shagra", que significa "Puerta de la Sagra", nombre dado porque mira hacia la región con este nombre y que su importancia consistía que era por la que entró triunfante Alfonso VI en el año 1085.

Puerta Antigua de Bisagra, por donde entró Alfonso VI


    En aquella época, Oliver ya tenía 58 años, lo que no impedía que fuese un espléndido caminante que era capaz de cansarnos hasta a nosotros, con un porrón de años menos.

   Desde la puerta antigua y después por debajo de la nueva Puerta de Bisagra, nos llevó a un lugar “recóndito” y que nos enseñó como otro de sus favoritos: la mezquita del Cristo de la Luz.


   Aquello, más que mezquita, era una “mezquitita” de pequeña que era, pero para él tenía mucha importancia; no voy a contar aquí –para no cansar- las leyendas de esta pequeña”mezquita-iglesia”, paro haberlas, haylas.

   Después fuimos subiendo por una empinada cuesta hasta llegar a la Puerta del Sol y de ahí, con la cuesta cada vez más empinada, llegamos a la plaza de Zocodover.- Aquella plaza tenía algo de relajante y allí descansamos tras la subidita a toda marcha.  Creo que pasamos olímpicamente del Alcázar (cosa que no hubiera sido bien vista por algunos en aquella época) y visitamos, tampoco con excesivo detenimiento, la Catedral.- La verdad es que es hermosa y si alguien tiene la suerte como yo de verla iluminada un día del Corpus, pues mucho más.

Catedral iluminada en un día del Corpus, con la Custodia



   Nos destacó “El Transparente” situado detrás del altar, pues no hay nada parecido en otras catedrales.

El Transparente

   Pero a D. Jaime lo que le interesaba realmente era descubrirnos el “Toledo oculto”, de forma que empezamos a callejear por todas aquellas estrechas y empinadas calles de Toledo.- Se ve que conocía a muchos particulares, pues con toda la desvergüenza del mundo procedía a llamar a la puerta de alguna casa para que nos enseñaran su patio interior. ¡Aquello fue todo un descubrimiento! ¡Lo que podía haber detrás de una modesta puerta!  La verdad es que fuimos unos privilegiados, pues eso no lo ves todos los días y menos con una visita turística normal.



Ejemplos de patios interiores particulares

  En muchos de aquellos patios quedaban restos antiguos, incluso de la época árabe con sus filigranas.

  Al final el día, pudimos contemplar extasiados un lindo atardecer con la vista de la ciudad y sus murallas.- Un día inolvidable.


  Desde aquél día, Toledo y Jaime Oliver estarán por siempre entrelazados en mi memoria; he tenido diversas ocasiones de “enseñar” Toledo a otros, amigos, visitantes o familiares e instintivamente mis pies siempre se dirigían a aquellos lugares preferidos por nuestro maestro.

   Bien, hasta aquí las “sensaciones” y recuerdos que me han quedado de D. Jaime como nuestro profesor, pero su semblanza no termina aquí, ya que aún quedan algunas sorpresas.

  La primera es que escribió probablemente el mejor libro que existe sobre la historia del nombre de Madrid; hay todavía debates sobre el posible origen visigótico anterior, pero la tesis de Oliver todavía es la referencia oficial.


Historia del nombre “Madrid”. C.S.I.C. Instituto Miguel Asín. Madrid 1959.

   “D. Jaime Oliver recibió en 1952 por su Historia del nombre “Madrid” el Premio Francisco Franco del Consejo de Investigaciones y el Premio del Ayuntamiento de Madrid al mejor de los libros publicados ese año sobre la Villa. Esta obra es un pequeño mundo lleno de datos de toda índole sobre el Madrid medieval; en ella, y mediante la herramienta de la filología, Oliver supo compendiar una buena parte de lo que todavía hoy se admite como más probable acerca del pasado premusulmán y musulmán de Madrid. El libro incluye, además, el cuarto dibujo conocido de los recintos defensivos completos: como en el anterior de Urgorri, se dibujan las manzanas del Texeira, y, ahora por vez primera, se ensaya una superposición de ese plano del siglo XVII con el callejero actual, muy correcta en líneas generales.”

En síntesis, el nombre de Madrid tiene su origen como sigue:

“Para Jaime Oliver Asín —así lo detalla en 1954, en un trabajo patrocinado por el Instituto Miguel Asín del Consejo Superior de Investigaciones Científicas— Matrice ha sido el primer nombre de la Villa, un Madrid premusulmán, y que hacía alusión al arroyo (madre, madre de aguas, matriz de aguas) que corría por el vallejo que actualmente es la calle de Segovia. Este nombre primitivo —según Oliver Asín— debió, con la invasión islámica, cambiar a Mayrit, formado por la palabra árabe mayra (madre, matriz) y el sufijo iberorrománico "it". 

    Pues éstas no son todas las sorpresas, ya que hay que añadir su contribución fundamental al descubrimiento de la muralla de Madrid.- Vamos a hablar un poco de ella y de cómo sucedieron los hechos.

    En la Cuesta de la Vega, frente a la Cripta de la Catedral de la Almudena, se encuentra el monumento más antiguo de Madrid: Los restos de la muralla musulmana, que levantaron los árabes en el siglo IX. Pero son muchos los madrileños y demás habitantes de la ciudad los que desconocen la existencia de este pedazo de historia de la capital de España.

Foto muralla árabe (2008)

   La fundación de Madrid se llevó a cabo durante la dominación árabe de la Península Ibérica. Fue el Emir de Córdoba, Muhammad I, quien ordena levantar en este lugar un castillo fortificado que formaba parte de una red defensiva de atalayas y castillos para proteger Toledo de los ataques de los reinos cristianos del Norte. Junto al castillo fortificado o alcázar, que ocupaba el lugar donde actualmente se encuentra el Palacio Real, se crea una ciudad árabe o medina, que estaba amurallada y que recibió el nombre de “Mayrit”.
 
    La muralla árabe poseía unos muros fuertes, con grandes sillares de mampostería de pedernal o roca caliza y argamasa de cal, de casi tres metros y medio de ancho.




    Sus torreones eran rectangulares, con zarpa en la base. La muralla tenía tres puertas, todas ellas de acceso directo: La Puerta de la Vega, la Puerta de la Almudena y la Puerta de la Sagra  (¡Hombre, qué sorpresa! ¡No sólo en Toledo había una puerta de la Sagra!)

   Mayrit fue conquistada en el siglo XII y la ciudad fue agrandándose y amurallada con recintos posteriores. En el siglo XVII, los restos de la muralla árabe quedan ocultos entre casas y jardines, y va desapareciendo de la memoria de los madrileños.... En el plano de Texeira se muestra que ya en 1656 la muralla existía, aunque integrada entre construcciones de diferentes propietarios.


Foto detalle Plano de Texeira
   A mediados de noviembre de 1953, un vaciado de tierras en el número 81 de la calle Mayor al derribar parte del antiguo Palacio de Malpica, dejó al descubierto un tramo de la muralla musulmana que hacía las veces de muro de contención del jardín de dicha finca. Fue Jaime Oliver Asín quien, tras visitar el lugar, comprendió la naturaleza excepcional del hallazgo; pocos días después, ahora en compañía de Leopoldo Torres Balbás y Fernando Chueca, localizó otro lienzo contiguo en el número 83 de la misma calle. Oliver identificó los restos, acertadamente, con los que en el plano de Texeira se dibujan en el borde del jardín de Malpica, y el torreón en ángulo que separaba los dos tramos encontrados, con el redondo que aparece en dicho plano . A instancias suyas, el alcalde de Madrid, conde de Mayalde, paralizó la destrucción de los muros descubiertos.

Foto de la muralla en 12.53, de Jaime Oliver (en gabardina)

Foto de la muralla árabe en 12.53, de Jaime Oliver


   
   La muralla árabe de Madrid fue declarada Monumento Histórico Nacional y Bien de Interés Cultural en el año 1954. Sus restos son de gran valor arqueológico pero su estado está bastante deteriorado y los restos de mayor importancia están integrados en el Parque de Mohamed I que está siendo remodelado en la actualidad.

   En fin, cuando nos encontremos paseando por la Cuesta de la Vega y lleguemos a la catedral de la Almudena, no olvidemos echar una ojeada enfrente, al otro lado de la calle, donde se conservan estos restos de tanto valor histórico.- Y que entonces nos acordemos de nuestro insigne y polifacético profesor (¡quién iba a sospechar que también se dedicaba a “arqueólogo”!), que tuvo, pues, mucho que ver para que hoy sepamos más de Madrid, tanto de sus primeros vestigios como del origen de su nombre. Sin él, estas murallas probablemente seguirían ocultas.

    Ha dejado, pues, una enorme huella en todos los madrileños al regalarnos su antigua muralla … y en todos nosotros, los del Ramiro, que tuvimos la suerte de coincidir y aprender con él.

    D. Jaime Oliver Asín: caballero español donde los haya, enamorado de España, de su historia y de su impronta, enamorado de “su” Toledo,  adalid de la cultura hispano-árabe que no debe ser olvidada y sobre todo, un PROFESOR, así, con mayúsculas.


   Descanse en paz.

miércoles, 21 de agosto de 2013

SEMBLANZA DE D. LUIS ORTIZ MUÑOZ

SEMBLANZA DE D. LUIS ORTIZ MUÑOZ, por, Kurt Schleicher

Para acceder a ella pincha en el siguiente enlace:
http://ramiro53-64.blogspot.com.es/2013/07/semblanza-de-d-luis-ortiz-munoz.html

lunes, 1 de julio de 2013

PARA UN PROFESOR DEL RAMIRO Y ESCRITOR TAMBIEN OLVIDADO

... por José Luis Cerdán

Uno de los más sobresalientes cultivadores del cuento literario de la postguerra, fue profesor de Literatura en el Ramiro de Maeztu hasta mediados de los sesenta.
A continuación transcribo la reseña de Juan Cruz en El País del 10-03-2013

Se va la voz dormida de Medardo Fraile

El escritor madrileño murió el viernes en Glasgow, donde vivía.

Gran cuentista y autor de unas memorias conmovedoras, recibió el Nacional de la Crítica en 1965.



Medardo Fraile, cuentista mayor de este país, que habitaba en Escocia desde hace cincuenta años pero que nunca abandonó su memoria de España, murió mientras dormía en su casa de Glasgow el viernes por la noche. Era un hombre tímido cuyos relatos fueron lo mejor de su producción literaria, pero también es autor de unas memorias conmovedoras en las que revisita su país en guerra y traza un panorama de inolvidable nostalgia de lo que él vivió en Madrid cuando era adolescente.

Hablaba como si nunca hubiera vencido la timidez que lo condujo a la esquina de las mesas de una generación fecunda de la literatura española, la que vivió de pleno la guerra civil. Vivía en Glasgow, donde se fue por amor en 1964, y donde enseñó literatura y escribió muchos de sus libros fundamentales, entre ellos su autobiografía de 2010, El cuento de siempre acabar (Pre-textos). Nació en Madrid en 1927, fue premio de la Crítica, ganó el Sésamo y algunos otros galardones. Escribir era su premio, decía.

Cuando vino a Madrid a hablar de ese libro de memorias, Fraile, uno de los mejores cuentistas de su generación, se encontró de pronto con uno de los principales capítulos de esos recuerdos: la calle en la que vivió su adolescencia, bajo las bombas de Franco. En el libro describe casa por casa esa calle, y se detiene en el número en el que vivió un muchacho, de apellido Carrasquilla, sobre cuya azotea caían los panes que Franco lanzaba sobre Madrid como una maniobra de propaganda antirroja. Cuando Medardo vio otra vez el escenario de sus andanzas de chico, rememoró cada minuto de la guerra en su casa, con cada uno de los detalles fijados como en piedra. “Mi casa era una alegoría de España. La mitad del piso era de izquierdas y la otra mitad de derechas. En la cocina había a veces situaciones muy tensas. Mis tíos eran un poco brutales; tenían hijos en el frente y eso se comprende. Pero en general hubo un clima más o menos civilizado”.

Era metafórico y minucioso, como en sus cuentos; y narraba lo que pasó en la guerra, más de setenta años después, con el mismo vigor con que hubiera contado el presente. Creía que el cuento era “un puñetazo lleno de realidad posible”, y a aquel tiempo le concedía una vigencia insoslayable, por eso hablaba de lo que pasó entonces como si estuviera narrando oralmente lo que quizá entonces se contó a sí mismo, mientras paseaba, bajo el ruido de las bombas, por estos escenarios entonces devastados.

Contaba sin pudor su vida, y hablaba con libertad de amigos y de adversarios, a los que zahería en voz baja; su recuerdo más emocionado, en las memorias y en persona, era para Ignacio Aldecoa, prematuramente fallecido en 1969, a los 44 años. Aldecoa era el jefe de filas de la generación de Medardo, “era el hermano mayor”. Evocando esa muerte, Fraile, que supo la noticia por casualidad en su exilio escocés, dijo que aquel compañero era sin duda un escritor de una voz “inconfundible, ejemplar”, el mejor de su tiempo, y mientras lo iba diciendo de sus ojos nítidamente azules fueron brotando unas lágrimas que al fin le quebraron la voz.

Nunca se fue del todo de España, o nunca estuvo del todo en Escocia. Cuando venía a Madrid llamaba a sus amigos, a sus editores, explicaba su nostalgia en función del frío que pasaba en Glasgow, pero en realidad sintió que aquella larga estancia fuera de su país había desnaturalizado el conocimiento que él mismo, y sus estudiosos y animadores —José María Merino, Ángel Zapata, Eloy Tizón…—, creía que merecía su producción literaria. Le pregunté por qué seguía viviendo allí, tan frío y tan lejos. “Pues ni yo mismo lo sé”. Dio clases en la Universidad de Strathclyde, desde los años setenta. Allí se casó, allí nació su hija. Explicando por qué seguía en Escocia dijo: “Allí estoy, recordando; yo vivo en Escocia, pero lo único que hago allí es recordar España”.

Escribió cuentos infantiles (uno de ellos, Santa Engracia, número dos o tres, hace alusión a la zona madrileña en la que pasó la guerra), la novela Autobiografía, en 1986, que acaba de ser reeditada por Menoscuarto con el título Laberinto de fortuna. También escribió ensayo y crítica, hasta que se decidió a hacer sus memorias, un compendio enjundioso de la vida de su tiempo, en el ámbito literario, pero sobre todo personal y político. Como él mismo, al menos en los últimos tiempos, esas memorias definen su carácter melancólico y tímido, pendiente de los destellos que vinieran de su país. Había anunciado para ahora uno de sus periódicos regresos. El futuro fue siempre imperfecto (Páginas de Espuma publicó hace dos años Antes del futuro imperfecto, sus recuerdos se llaman El cuento de nunca acabar), así que terminó poniéndole punto final a la ilusión reiterada de Medardo de volver al calor de su país al menos de vez en cuando.


Estos recortes de prensa nos han sido facilitados por nuestro compañero Paco Acosta, al que le agradecemos su aportación sobre nuestro profesor de Literatura, don Medardo Fraile.






Estos otros recortes de prensa que os adjuntamos han sido facilitados por Tono Tagle, alumno de la promoción 65, al cual le agradecemos su gentileza y ayuda. Muchas gracias Tono!!








Obituario y esquela del Padre Mindán

Hemos encontrado estos recortes de prensa, facilitados por Tono Tagle alumno de la promoción 65, que nos ayudan a ampliar los datos disponibles sobre el Padre Mindán. Muchas gracias Tono por tu aportación.